Por Ana Silvia Barajas
Cuando me alejo de mi marido, apenas un par de pasos, él recuerda que quiere Coca-Cola, que le acomode el brazo, que le cambie de canal, que apague el ventilador, que abra la ventana, que recoja el papelito aquel que se acaba de caer. Aghh, y me lo dice mientras llevo en la mano, en las dos manos, cualquier cantidad de cosas: un plato, la escoba, la tarea, un juguete, o el orinal que además ¡está lleno porque él lo acaba de usar!
Por si fuera poco, suena el teléfono en aquel instante. Y si no respondo a tiempo, como suele suceder, comienza a sonar el celular perdido en el fondo de mi bolsa, en medio de popotes, pastillas, galletas y uno que otro estado de cuenta.
Ah, y yo apenas si me he cambiado de ropa, medio me paré frente al espejo y estoy someramente presentable, pero en fin, conozco al cartero desde que él era un niño, y tampoco es que la vida social bulla, así que paso por aceptable para salir a recibir el correo.
FOTO: Héctor y Ana Silvia, en el parque "Los Columpios", Tres Marías, Morelos, México (diciembre 2007).
Nuestra casa –de mi esposo, mi hijo y mía–, es una constante fábrica de ropa y trastes sucios, una espiral de polvo y un generador de basura impresionante. Dura limpia esta casita acaso un día, y no cuento el jardín, donde “sentaron sus reales” Mariano (mi hijo de 5 años de edad) y sus dos perros. Punto aparte el coche que no sé lavar.
Tengo una vida muy bonita, y quizá sorprenda esta afirmación después de lo que parece el lamento de la llorona loca, pero mi vida es en realidad hermosa, y lo es porque vivo cada instante con mucho amor, porque disfruto de mi hogar y adoro a los dos hombres a quienes les doy mi tiempo, ja, mucha testosterona a mi alrededor.
Mi compañero es un hombre ejemplar, tiene 44 años y lleva más de la mitad de su vida con esclerosis múltiple, una enfermedad del sistema nervioso que daña la comunicación del cerebro con el cuerpo y limita movimiento, habla, visión o memoria, pero a mi querido doctor de mascotas le afectó sólo movilidad y causó parálisis en las cuatro extremidades.
FOTO: Ana Silvia y Héctor García en el Teatro Ocampo, Cuernavaca, Mor. México (enero 2008).
Él es cuadrapléjico y requiere ayuda hasta para beber agua. Yo lo atiendo en sus necesidades considero que con eficiencia –con limitaciones que la artritis psoriásica me impone–, y me gusta mucho la intimidad que la condición de él nos da. Que sí es muy cansado, no tengo que aclararlo, es evidente, pero también es un modo de amar que creo una como mujer sueña: amar sin reservas, entregar sin límites.
Cuando le doy de comer en la boca en público, suele haber reacciones de “qué lindos” o de “¡qué ridiculez!”, y es que a él a simple vista no se le nota discapacidad alguna, y está apantalladora la silla de ruedas pero no evidencia una enfermedad crónica e incurable. Ya cuando me ven levantar su cuerpo laso para que se yerga sobre sus piernas unos segundos y pueda yo subirlo o bajarlo del coche, o cuando entro y lo ayudo en el baño de señores, comienzan a preguntarse qué sucede con ese guapo que se ríe y come con tal gusto.
FOTO: Mariano, en el Hotel Santa Fe, Cabo San Lucas, BCS, México (marzo 2008).
Hacemos la mayor cantidad posible de actividades fuera de casa. No rechazamos invitación alguna, y vamos al campo, al teatro, a las exposiciones, a las fiestas y a donde se pueda. Yo no trato a mi esposo como enfermo, no tiene cama de hospital ni comida especial, busco su mayor integración posible a la vida “normal”, aunque eso me implique salir sudando y siempre con el tiempo reducido. Ahí vamos, niño, esposo, silla de ruedas, a veces perros, y al final, yo, cuidando que el vestido no se manche o que los tacones no me incomoden.FOTO: Mariano, listo para ir a la playa, Cabo San Lucas, BCS, México (marzo 2008).
Algunos se limitan a observar disimuladamente, pero hay quien viene y pregunta qué le sucedió. Unos recomiendan panaceas, otros dan bendiciones, y los que nos dejan sin palabras son los que dicen “es usted una mujer taaan buena… tiene la gloria asegurada… blablabla”. Nos dejan sin palabras, a él y a mí, porque lo último que yo me considero es buena y noble y sacrificada, y mártir, sólo soy una mujer enamorada, y hago lo que se espera de toda esposa: acompañar a mi esposo en las buenas, en las malas y en las peores.
¿Me quejo de algo? No precisamente. Estoy viviendo a mis 42 años una etapa inigualable como mujer y como persona. Soy madre después de dos intentos fallidos, y eso me abrió un horizonte nuevo. Y he aprendido un poco a ser mejor gracias al ejemplo de fortaleza, paciencia y amor por la vida que Héctor me da.
Soy una mujer plena, que comparte la vida con un hombre al que podría besar el día entero; “yo soy tu piel y tú eres la mía”, dice él cuando le pregunto si le sorprende la química de nuestros cuerpos.
FOTO: Héctor y Ana Silvia en Plaza Puerto Paraíso, Cabo San Lucas, BCS, México (marzo 2008).
Mi único lamento entonces queda en el plano de la profesión. Dejé de trabajar tiempo completo al convertirme en madre. Y ha sido total mi separación de la carrera a partir del último año, porque no tengo el don de la ubicuidad que tanto mentaba mi maestro de español en secundaria. Soy pésima ama de casa, cocinera mediocre y periodista de añoranzas, pero descubrí que puedo amar sin miedo y sin medida.
Cuernavaca, Mor., febrero 13, 2008
1 comentarios:
hola ... hace un tiempo les escriibi
contandoles que mi papá tiene EM
hoy he leido su post .. con mi mamá ... la cual ha llorado
leer tu testimonio para ella es leer el de ella !!
les envio muchas fuerzas desde chile ... conocemos desde cerca la situacion
mi papa esta completamente invalido ya hace 3 años ... con muchos problemas renales, y ya sin ganas de vivir ... ADMIRO muchisimo su animo!! .. me gustaria que mi padre lo tuviera, pero ya ha perdido todas las esperaNZAS
UN BESO GRANDE!
DOMINIQUE.
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